El ofrecimiento

No añadáis nada. La Nada es necesaria para entender el Todo.

Es mejor ofrecer que añadir. Ofrecer es un millón de veces más que añadir un millón de cosas. Es mejor la Nada. El Amor es ofrecimiento, no añade nada. Cuando uno ama se ofrece a sí mismo, ofrece todo lo que se puede ofrecer, lo ofrece Todo. Ese sí mismo es lo único que podemos ofrecer, la Nada que nos permite comprender el Todo. Todo es Amor, nada más que el sí mismo ofreciéndose.

El Universo te lo ofrece todo a cada momento, te lo da todo, se ofrece a sí mismo, este momento.

No añadáis nada, no dejéis que el pensamiento se afane, se afane con las formas. Cuando lleguéis hasta aquí ofrecerlo todo.

Queremos convertirnos en Dioses, aunque luego, no es de extrañar, nadie crea en Dios. Queremos alcanzar a Dios acumulando, eso es el conocimiento, queremos afanarnos de Dios. Pero Dios es ofrecimiento, el tiempo y espacio que se nos ofrece a cada momento, el que no se puede acumular, como decía
Juan Ramón Jimenez “Un Dios sin años de edad”.

 

El Amor es ofrecimiento, sólo se puede amar cuando uno ya no tiene nada, sólo el Amor, no puede haber nada más.

Cuando uno se sienta a meditar, enciende un incienso, lo ofrece, lo ofrece todo, su dolor de espalda, su sufrimiento, sus pensamientos, no se trata de no pensar, sino de ofrecer nuestros pensamientos, hasta que ya no quede nada, ni siquiera Dios, pues Dios es Amor, ofrecimiento.

Hay dos etapas en la Vida, y nada más. Todo lo demás son añadiduras, todo lo demás le resta valor al Hijo y al Padre, nos separa de lo que somos. El Hijo es aquel que se ofrece completamente al Padre.

La primera etapa de la vida, es el sacrificio o sufrimiento mal entendido. En esta primera etapa ofrecemos todo lo que tenemos, nuestro cuerpo, al otro. Es así cuando el Hijo recibe el Amor del Padre, esto es todo lo que tiene que ofrecer un Padre a su hijo.

La segunda etapa de la vida es cuando el Hijo, una vez ha recibido el Amor del Padre, tiene que entregar ese Amor, ofrecerlo, para volver a la Nada. Ofrecerse a sí mismo, sin que quede nada, nada más que el ofrecimiento.

Cuando uno se ofrece totalmente, su sufrimiento y su Amor, todo, esa Nada se convierte en todo lo que somos constantemente, el Ser, el libre albedrío.

Es casi un sacrilegio cuando criticamos a los niños. Es un holocausto acabar con la infancia, restarle importancia al sufrimiento (¡Niño, ¿qué te pasa?!, ¡Basta ya!, ¡No hay Dios que te entienda!) es abandonarles a los demás y separarles de Dios, del Dios que son. Un Padre es aquel que responde con Amor ante el sufrimiento de su Hijo, y se convierte también en el Dios que es.

Dejemos a los niños que sigan siendo niños, nada más, ese es su mayor ofrecimiento. Sigamos amando a los niños, esa es nuestra única salvación.

No añadas nada más, el sacrificio sólo forma parte de la primera etapa de la vida, el sacrificio significa alegría, no lo conviertas en sufrimiento. El Amor forma parte de la segunda etapa de la vida, significa Don, dar, no lo conviertas en una posesión, en sufrimiento.

No añadas nada más a la Vida, no separes al Hijo del Padre, no separes a la Hija de la Madre. Así vuelve el Padre y la Madre a la Nada, Nada que se convierte en Todo. Un Dios que se vuelca sobre la Madre, el Padre, el Hijo y la Hija, se ofrece, se vuelve sobre sí mismo, como se vuelve la vida sobre la muerte, el uno sobre el otro, en un movimiento ininterrumpido, lo que somos.

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